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Durante el proceso de "borradores" que precede a todo proyecto arquitectónico (académico o no) en el que me haya embarcado, aparecen curiosos rayones a los que pasado un buen tiempo les aprendo a tomar cariño. Fue éste, el caso de estos dos pececillos que dibujé mientras proyectaba un espacio para sala-comedor en una lujosa casa como ejercicio de mi segundo semestre de la Licenciatura en Arquitectura. El espacio que diseñé contaba con un muro-pecera de cerca de 4 metros de largo por dos y medio de alto, de ahí que me diera un impulso irrefrenable por dibujar criaturillas submarinas. Pasados ya casi cinco años desde aquellos garabatos, los volví a encontrar y con mucha nostalgia les inyecté los colores que los trazos bruscos de un lápiz no les dieran al nacer.
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